Lo que me gusta del blog es la capacidad de transmitir,válvula de escape tal vez con unas tintas de egocentrismo y su interactividad. Con ello procuro siempre escribir algo de mi propia cosecha, aunque mala, de estas de vino joven de a euro, o bien reflexionar sobre algo u alguien cercano,lejano que me inspire.
Pero esta vez y porque no necesita ni explicación ni reflexión barata que añadir, haré un copia y pega de un texto de Mario Vargas Llosa sobre política.
Pero esta vez y porque no necesita ni explicación ni reflexión barata que añadir, haré un copia y pega de un texto de Mario Vargas Llosa sobre política.
HABLANDO DE POLÍTICA
Ya metido en la candela, en esas reuniones tripartitas hice un descubrimiento deprimente. La política real, no aquella que se lee y escribe, se piensa y se imagina -la única que yo conocía-, sino la que se vive y practica día a día, tiene poco que ver con las ideas, los valores y la imaginación, con las visiones teleológicas -la sociedad ideal que quisiéramos construir- y, para decirlo con crudeza, con la generosidad, la solidaridad y el idealismo. Está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares. Porque al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder: llegar a él, quedarse en él o volver a ocuparlo cuanto antes. Hay excepciones, desde luego, pero son eso: excepciones. Muchos políticos empiezan animados por sentimientos altruistas -cambiar la sociedad, conseguir la justicia, impulsar el desarollo, moralizar la vida pública-, pero, en esa práctica menuda y pedestre que es la política diaria, esos hermosos objetivos van dejando de serlo, se vuelven meros tópicos de discursos y declaraciones -de esa persona pública que adquieren y que termina por volverlos casi indiferenciables- y, al final, lo que prevalece en ellos es el apetito crudo y a veces inconmensurable de poder. Quien no es capaz de sentir esa atracción obsesiva, casi física, por el poder, difícilmente llega a ser un político exitoso.
Imposible explicarlo mejor.
Ya metido en la candela, en esas reuniones tripartitas hice un descubrimiento deprimente. La política real, no aquella que se lee y escribe, se piensa y se imagina -la única que yo conocía-, sino la que se vive y practica día a día, tiene poco que ver con las ideas, los valores y la imaginación, con las visiones teleológicas -la sociedad ideal que quisiéramos construir- y, para decirlo con crudeza, con la generosidad, la solidaridad y el idealismo. Está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares. Porque al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder: llegar a él, quedarse en él o volver a ocuparlo cuanto antes. Hay excepciones, desde luego, pero son eso: excepciones. Muchos políticos empiezan animados por sentimientos altruistas -cambiar la sociedad, conseguir la justicia, impulsar el desarollo, moralizar la vida pública-, pero, en esa práctica menuda y pedestre que es la política diaria, esos hermosos objetivos van dejando de serlo, se vuelven meros tópicos de discursos y declaraciones -de esa persona pública que adquieren y que termina por volverlos casi indiferenciables- y, al final, lo que prevalece en ellos es el apetito crudo y a veces inconmensurable de poder. Quien no es capaz de sentir esa atracción obsesiva, casi física, por el poder, difícilmente llega a ser un político exitoso.
Imposible explicarlo mejor.
